Telam
Por Néstor Gorojovsky
Néstor Carlos Kirchner llegó a la presidencia argentina con la economía y la sociedad devastadas. El origen lejano del proceso destructivo se radicaba en muchos sentidos en 1955, pero se había ido profundizando sucesivamente a partir de 1976 y en especial, 1989.
La satisfacción de una impagable deuda externa, principal legado del régimen de fuerza de 1976, se había convertido en el único objetivo de política económica.
Para cumplir con él, se había agotado la antes poderosa estructura industrial, se habían quitado al control nacional todos los sectores fundamentales de la vida económica, se había aceptado o promovido la extranjerización masiva de las principales empresas, tanto públicas como privadas, y la mayoría de las pequeñas y medianas empresas languidecía o se extinguía.
El esquema llevó al país al colapso y a las movilizaciones del 19 y 20 de diciembre de 2001, que abrieron una nueva etapa. En ese contexto, y con el solo apoyo notable del postmenemista (y futuro adversario acérrimo) Eduardo Alberto Duhalde, Néstor Kirchner ganó las elecciones presidenciales y asumió en 2003.
Declaró que no entraría en la Casa de Gobierno para abandonar sus ideales de juventud. Inició una renegociación de la deuda externa y de las condiciones de operación de las empresas (extranjerizadas por sus antecesores) que sorprendió a propios y extraños, dentro y fuera del país.
A partir de esa negociación, se inició una política económica que paulatinamente fue reconstituyendo las condiciones de la acumulación de reservas y de restablecimiento del tejido productivo, particularmente el industrial.
Las privatizaciones/extranjerizaciones más escandalosas fueron revertidas. Si bien no se nacionalizaron las petroleras, se les impuso un importante arancel a las exportaciones de crudo.
Junto con el aplicado a las exportaciones agropecuarias (en especial pampeanas), aseguraron la recaudación y captura por parte del Estado de al menos parte de la renta mundial provocada por el alza de precios de las materias primas, especialmente la agraria.
Un aspecto central de esta política fue la reapertura de las negociaciones paritarias de salarios, que cumplía un doble papel: comenzaba la restauración de los ingresos populares y una expandía el mercado interno, lo que permitiría solventar la reactivación sin depender en exceso del comercio mundial y las finanzas globales. Estas medidas estructurales se acompañaron por claras definiciones en otros campos, igualmente importantes.
Entre otras medidas de recuperación de la credibilidad institucional, bajo el gobierno del Dr. Kirchner se desmontó y renovó la Suprema Corte heredada del pasado, con su mayoría neoliberal automática.
El Dr. Kirchner inició el camino de clarificación definitiva de los delitos de lesa humanidad que habían frenado las leyes de “obediencia debida” y “punto final”, promovidas por el mismo gobierno del Dr. Alfonsín que había lanzado el juicio a las Juntas Militares de 1976 a 1983.
Y hubo muchas otras medidas en el terreno de las libertades civiles y derechos individuales, que perfilaron a su gobierno, como él mismo había anunciado, como un “gobierno de los derechos humanos” en el más amplio de los sentidos.
En un país acostumbrado a la represión indiscriminada de las manifestaciones populares, Néstor Kirchner inauguró una nueva era, en la cual ni siquiera las movilizaciones opositoras más furiosas encontraron limitaciones.
Esta audaz medida, que no tenía precedentes en nuestro país, permitió generar las condiciones de la paulatina reconstitución del debate político y colaboró de ese modo en la decisión oficial de reinstalar la política, en desmedro de la tecnocracia económica, en el centro de las discusiones.
No fue ajena a ella la simultánea y paulatina organización de una red de contención social que amparó contra las peores consecuencias del modelo anterior a millones de excluidos. Cancillería, sin estridencias, empezó a dificultar crecientemente la actividad de la potencia colonialista con una serie de resoluciones económicas y diplomáticas.
Y, fundamentalmente, la Argentina retomó la vieja tradición política de los caudillos populares y nacionales, de fortalecer los vínculos con los países latinoamericanos y en especial sudamericanos. En este plano, el país se convirtió en uno de los principales puntos de apoyo de la consolidación del MERCOSUR y su conversión, de mero acuerdo aduanero imperfecto, en uno de los ejes de la unificación de los países sudamericanos.
Múltiples medidas alimentaron el fortalecimiento de los intercambios económicos y la coordinación de políticas con el Brasil, y en ciertos casos (negociación de los precios del gas boliviano) nuestro país promovió un incremento sustancial en los ingresos de un país hermano y vecino que hasta entonces estaba sometido a un expolio inicuo.
El apoyo permanente a Venezuela y el incremento exponencial de los intercambios económicos con ese país constituyeron uno de los puntos centrales de la administración kirchnerista.
Finalmente, la reunión de Mar del Plata en 2005 puso punto final al intento, motorizado por EEUU, de incorporar a su órbita económica a América Latina (ALCA). Abrió la ruta de una creciente integración económica y social del Sur del continente. Sobre esa sólida base, posteriormente, se apoyó la herramienta política del UNASUR y comenzaron a darse los primeros pasos para la constitución de un Banco del Sur y una moneda común.
Éste es el legado principal de un hombre que falleció en pleno combate por sus ideales, cumpliendo con otra singularidad en la historia reciente de los argentinos: un presidente que anuncia al iniciar su mandato la decisión de ser fiel a sus convicciones y entra a la historia acompañado por el afecto de los humildes por quienes luchó, sin ceder ante las presiones de los beneficiarios de saqueo alguno.