Por César Tato Díaz
Historiador y Dr. en Comunicación.
Entiendo que como mi amigo Robert Cox quien se define como un “periodista incómodo”, y como yo que también pretendo ser un “intelectual incómodo”, Néstor Kirchner fue sin lugar a dudas un “político incómodo”, sobre todo para el establishment. Y lo fue porque supo conferirle a la política nacional y latinoamericana un renovado estilo que volvería a poner los “altos destinos” al resguardo de las grandes mayorías. En efecto, las bases fueron quienes “protegieron” por así decirlo las decisiones políticas más audaces en un país y una región que venía del más recalcitrante neoliberalismo pues, baste recordar que cuando él asumió el gobierno (25/5/2003), la sociedad argentina estaba totalmente descreída de “la política” y se sabe que es la única herramienta con la que cuenta la sociedad para encontrar las soluciones o desgracias para su pueblo. Dicho en otros términos, recuperó la esperanza militante y para los militantes quienes encontraron en su persona, a un dirigente capaz de devolver las utopías pasadas y también renovadas, ya que ahora se trataba de volver a las calles para sostener las conquistas y de este modo fortalecer la democracia que venía un tanto maltrecha por no servir al bienestar general.
Instalada esta nueva relación simétrica entre dirigencia y dirigidos permitió a ambos ir por antiguas conquistas sociales, tales como el aumento del poder adquisitivo de los asalariados, las jubilaciones de las amas de casa y el respectivo aumento de las mismas, bajando por tanto el desempleo y la pobreza. Instrumentó reformas profundas en la institución más controvertida de las administraciones democráticas: las Fuerzas Armadas. Asimismo, alentó la defensa de los DD. HH. Tomó la inusitada determinación de adelantar el pago al FMI, generando de esta forma una nueva relación entre nuestro país y el organismo internacional. Introdujo reformas fundamentales en la Corte Suprema de Justicia que atravesaba el más paupérrimo momento de descreimiento popular. En suma, estimuló el rescate del sentido positivo del Estado presente en políticas sociales de redistribución y la revitalización de las banderas de justicia social, equidad y mayor igualdad y de soberanía política en un escenario en el que Argentina ha sabido hermanarse en un proyecto común latinoamericano (UNASUR) y que merced a su valentía pudo frenar el ímpetu imperialista cuando G. Bush intentó imponer el ALCA en la región.
En rigor, este “político de raza” supo despertar en personas interesadas en el destino nacional pero que no eran para nada simpatizantes de lo “nacional y popular” un sentimiento de pertenencia. Por caso, Marta, una amiga no peronista me llamó hoy por la mañana para informarme de la infausta noticia y con voz consternada me expresó un sincero convencimiento que había vivenciado con la administración de Néstor, “quien había obligado a los opositores a realizar públicas declaraciones que los pintaban de cuerpo entero, mostrando el apoyo desmedido a las corporaciones, provocando con esta actitud en algunos que no lo votamos termináramos apoyando su propuesta para sorpresa de los “progres” y “gorilas”
Lo cierto es que Néstor había tenido ya varios avisos de que su salud no estaba atravesando un buen momento. Estas advertencias lejos de amilanarlo pareciera que, al igual que a Evita, lo estimularon a seguir trabajando y militando a sabiendas de que esto era muy perjudicial para su salud.
En definitiva, Kirchner, junto a su esposa, nuestra actual presidenta, imprimieron a la política los mejores bríos de los 70s, la confianza y las ganas de volver a creer, tal vez de allí surja como un estilo K, el llamarlos por su nombre de pila: simplemente Néstor y Cristina. Modalidad que acercaron nuevamente a los jóvenes y no tanto a la militancia y a las calles.
Con seguridad, debamos recordar a Néstor por todos los logros políticos conseguidos, pero también quisiera que lo recordemos como un hombre frontal, confrontativo, pasional y, sobre todo, de palabra. Digo esto pues cumplió con su promesa de no ser reelegido y eso no se recuerda, ni se valora, en un país que se ha caracterizado, entre otras cosas, por poseer líderes políticos reeleccionistas. Aunque, su coherencia mayor en el sostenimiento de la palabra empeñada estuvo, indudablemente, en saber construir junto a la mayoría de los argentinos un proyecto nacional y popular. El cual, precisamente por serlo podrá seguir adelante –ahora con la conducción de Cristina, pues el estadista direccionó a su pueblo en la magna construcción, confiriéndole la base esencial que debe poseer todo ideario y/o programa: que cuando su líder natural no esté por las causas que fueren, el pueblo –en este caso argentino, pueda igualmente seguir por el camino trazado en pos de una digna nación que sea políticamente soberana, económicamente independiente y socialmente justa. Es decir, “se hace imposible pensar la política social sin una política nacional”, como enseñaba don Arturo Jauretche.