Después de casi treinta años de inestabilidad política, golpes de Estado, proscripciones, persecuciones, censura y otros tantos males, la democracia en 1983 llego para quedarse en la Argentina. Los grupos económico- sociales dominantes dejaron a esa democracia con una pesada herencia no sólo con una deuda externa de dudosa legalidad y escasa o nula legitimidad, sino con un Estado hecho trisas, ineficiente, con pocas herramientas de gestión, acorralado por terciarizaciones permanentes, la mayor parte de las veces con los mismos grupos dominantes.
La primera etapa de la democracia no supo, o no pudo, revertir esa situación, que con la hiperinflación provocó un duro golpe a los sectores más desfavorecidos, acentuando gracias a los discursos dominantes en boca de algunos personajes mediáticos, un fuerte descreimiento hacia la incipiente democracia.
Estos discursos recayeron en el Estado la responsabilidad de todos los males, cuando en realidad ese Estado en bancarrota fue el dejado por años de manejo de los propios sectores dominantes. Recordemos que desde la caída de Perón en 1955 hasta la recuperación democrática en 1983, tuvimos dieciocho años de gobiernos dictatoriales, siete de gobiernos semidemocráticos con el partido mayoritario proscripto y sólo tres de gobierno democrático.
Alsogaray, Kriger Vasena, Aleman y Martinez de Hoz jugaron un papel clave en esos años, aunque los discursos impuestos en la opinión pública parecieran ignorarlo. La ineficiencia del Estado fue presentada como culpabilidad de la política, el tema de la deuda fue minimizado porque claramente involucraba a gran parte de los sectores dominantes que hicieron espectaculares negocios a espaldas del pueblo, socializando las pérdidas y privatizando las ganancias.
Con la llegada de Menem el discurso dominante fue incorporado a la estrategia política del gobierno, apertura indiscriminada, privatizaciones de las empresas del Estado, flexibilidad laboral, triunfo del neoliberalismo, supuesta creencia en un “derrame de bienestar” que jamás llegaría, relaciones carnales con los Estados Unidos, son algunos de los ejes de una década que termino de la peor manera, aunque en manos de un gobierno que venía a terminar con la fiesta.
Un gobierno, el de la Alianza valga recordarlo aunque sea para no repetir los errores, que profundizó la deuda, con el magacanje, otro gran negociado, y que incorporó a sus filas al máximo representante del vaciamiento del Estado en los últimos años, Domingo Cavallo, terminando con movilizaciones conjuntas de sectores medios y piqueteros, treinta y dos muertos, el fin de la convertibilidad, más de la mitad de la población en la pobreza y uno de cada dos argentinos con problemas de empleo.
Esos datos, esa hecatombe, esa ruina del país que pareció perder el rumbo, algunos hablaban del fin de la Argentina, fue en un tiempo histórico, muy reciente, el año 2001.
Después vino un intento de acuerdo con los sectores dominantes, la devaluación asimétrica y la licuación de pasivos de grandes grupos económicos con Duhalde en medio de una desconfianza a la política que se agiganto.
Con la llegada de Néstor se fue construyendo un nuevo discurso y por ende un nuevo rumbo, basta de recetas del Fondo Monetario Internacional, o sea basta de ajuste, basta de impunidad, vigencia plena de los derechos humanos, recuperación por parte del Estado de Empresas de Servicios como Aguas y Aerolíneas Argentinas, y fundamentalmente la reestatización de los Fondos de las Administradoras de Jubilaciones y Pensiones, otra verdadera fuente de recursos aprovechados por los grandes grupos a espaldas de aquellos que hoy, increíblemente, esos mismos grupos dicen defender, apelando incluso a una reivindicación, el 82% móvil, sin duda legítima pero inaplicable en estos tiempos donde algunos de los países desarrollados parecen desandar el camino que colocaba a los mayores en situación de privilegio.
Más de dos millones de personas incorporadas al sistema de previsión social, más de tres millones y medio de chicos recibiendo la asignación universal igualando las condiciones con aquellos que se encuentran en el sector formal de la economía, más educación y más salud como condición ineludible de la inclusión. Record de consumo, aumento de la producción industrial, mayores exportaciones, sustancial baja de las tasas de desocupación, de pobreza y de indigencia. Quien puede negar esos datos a apenas nueve años de la hecatombe, de la peor crisis de nuestra historia, de la casi aniquilación de un país soberano.
El discurso que nos dejo Néstor es más que claro, la vuelta de la utopía, la vuelta de un proyecto de país para todos, de la política como construcción colectiva de poder para enfrentar a los poderosos, la inevitable tensión con los poderosos, esos que usaron constantemente sus voceros políticos y mediáticos, para pregonar por la necesidad de consenso con todos los sectores, culpando a Néstor de la crispación, de la falta de acuerdo.
Gracias Néstor por no acordar el ajuste ni la subordinación a los organismos internacionales, por no olvidar los crímenes de lesa humanidad, por decir que no a los ganadores de las últimas décadas, aquellos que no consensuaron con el pueblo el ajuste, la desocupación, la pobreza, la indigencia, la pauperización de nuestros jóvenes.
Viva la crispación, la defensa de los ideales, la vuelta a la política, esa que debemos honrar cada vez con más fuerza, dejando atrás los años donde la misma se había convertido sólo en una herramienta de supervivencia.
La política recuperada en manos de las mayorías, como proyecto colectivo con la guía que Néstor los legó y con la firmeza de Cristina, hoy más que nunca, por más justicia social, más independencia económica y soberanía política. Hasta la victoria siempre.
Antonio Colicigno
Presidente del Instituto Regional para el Estudio de Políticas Públicas Arturo Jauretche